Resumen. En este artículo se describe el trabajo de arteterapia que se realizó durante dos años con un grupo de tres chicas adolescentes que habían sido adoptadas en países del este de Europa. Se exponen los temas centrales que surgieron a lo largo del trabajo terapéutico —relacionados con las vivencias del pasado y del presente de las componentes del grupo— y se muestra cómo, a través del arte, se facilitaron procesos de reconocimiento y canalización de conflictos de su mundo interno, a la vez que se posibilitó el descubrimiento de puntos de conexión entre las chicas. Asimismo, se hace referencia al grupo de padres que tuvo lugar en paralelo como acompañamiento imprescindible durante el tratamiento de sus hijas. El trabajo grupal se realizó en el Centro CRIA, entidad especializada en la asistencia y tratamientos psicoterapéuticos con familias y personas adoptadas o acogidas. Palabras claves: Arteterapia, adopción, adolescencia, terapia de grupo, grupo de padres.
Summary. This article presents a two year art therapy treatment program with a group of three teenage girls who were adopted in Eastern Europe. In this paper, we will describe the central themes, which arose throughout the therapy, involving aspects around the past and present of the participants, and how the art making process enabled the girls to recognize and channel inner conflicts and discovery connections amongst them. We will also refer to the work with the parent group, which was a fundamental element throughout their daughter´s treatment. The art therapy group as well as the parent work, was undertaken in CRIA, a specialized center in assistance and psychotherapeutic treatment for families, adopted people or foster care children. Key words: Art Therapy, Adoption, Adolescence, Group Therapy, Parent Group.
Introducción La intervención a través de la arteterapia se realizó con un grupo de tres adolescentes en formato de grupo cerrado, de modo que no hubo bajas ni incorporaciones a lo largo de los dos años de terapia. A los nueve meses de iniciarse el grupo, hubo un cambio de terapeuta causado por el embarazo de profesional que conducía el grupo. Las componentes del grupo fueron tres chicas adoptadas en diversos países del este de Europa, a las que llamaremos Laura, Maya y Olivia. En el momento del inicio del grupo, Laura tenía trece años, presentaba rasgos depresivos y una actitud apática e introvertida que incidía en sus dificultades en la relación con los iguales. En las primeras etapas de su infancia, y hasta su adopción a los siete años, Laura vivió situaciones de gran negligencia, abandono y muchos cambios, con ausencia de figuras de apego que le proporcionaran amor y los cuidados necesarios. Maya, también de trece años, es descrita por la psicóloga que hace la derivación como una chica empobrecida, con serias dificultades en el terreno de la imaginación y la fantasía, con sentimientos de insatisfacción y baja tolerancia a la frustración, todo ello acompañado de una baja autoestima. Se observa en ella mucha fragilidad, inseguridad y miedos en torno a la pérdida. Olivia, de doce años, es una chica muy sensible y curiosa. De las tres, es la que presenta mayor predisposición hacia lo artístico. Destacan, en ella, una actitud e intereses infantiles y una gran exigencia y dependencia hacia su madre. Tiene cierta dificultad en la relación con los iguales, con quienes no consigue establecer amistades sólidas. En su historia aparece también esa falta de figuras de apego y de cuidado que le procurasen un entorno relacional sano. Así pues, todas ellas comparten características personales y aspectos de su historia que las hacen idóneas para beneficiarse de la experiencia terapéutica grupal. Más allá del hecho de ser adoptadas, las tres presentan dificultades en el terreno de las relaciones interpersonales, con pocos recursos para vincularse, además de una continua vivencia de fracaso que influye en su ya baja autoestima; todo ello, fruto de una infancia muy malograda. Por ello, se plantea este grupo como un espacio protegido y cuidado, con el objetivo principal de ofrecerles, por primera vez, la posibilidad de tener una experiencia de relación auténtica, positiva y enriquecedora; un espacio de apoyo donde sentirse acompañadas en sus dificultades, inseguridades y preocupaciones, y en el que descubrir recursos propios y aprender estrategias y habilidades sociales que puedan luego trasladar a la socialización con otros chicos y chicas. Como explica Peter Zelaskowski (1991), la función del grupo es proveer de un medio para el desarrollo de la individualidad, en el que individuo es conceptualizado como un punto nodal en el grupo, y en el que los fenómenos intrapsíquicos solo pueden comprenderse interpsíquicamente en el contexto en el que tienen lugar. Inicio y creación del vínculo El grupo empezó con el inicio del curso escolar. Ya en la primera sesión se puso de relieve la necesidad que sentían de tener un espacio para ellas. Tras explicarles el funcionamiento de las sesiones, irrumpieron las ganas de hablar y de hallar puntos de interés comunes: Maya y Laura hablaron de sus hermanos y de la relación con ellos. Las tres narraron un poco su historia, explicaron sus aficiones y las actividades que les gustaban. Dominó la palabra, y se notaba que tenían una gran necesidad de ser escuchadas. Para ayudar a canalizar esa necesidad de conocerse, se les propuso la realización de un collage que incluyera imágenes que sintiesen afines a ellas. A través de ello, mostraron algunos aspectos de sí mismas y surgieron los temas que eran importantes para cada una mientras aparecían los primeros atisbos de interacción. A modo de ejemplo, Olivia buscaba, sin éxito, una imagen de una tortuga mientras contaba al grupo cosas sobre la suya. Más adelante, Laura, hojeando una revista, encontró una tortuga y se la ofreció a Olivia, que reaccionó gratamente sorprendida. En la imagen aparecían tres tortugas nadando una encima de la otra y, además de dar pie a hablar de sus animales de compañía, sirvió para que Olivia lo asociase con lo que era su familia antes de la separación de sus padres. Eso condujo a que hablasen de sus familias biológicas y de las adoptivas, y de los miembros que las integraban, así como de su llegada a un nuevo país tras la adopción. Como puede verse, surgieron cuestiones, como lugares y experiencias comunes, que iban siendo señalados como aspectos que habitualmente las diferenciaban de sus iguales en otros contextos. La terapeuta les devolvió esta observación, apuntalando la idea de que ese espacio estaba pensado para ellas, para irse descubriendo las unas a las otras con sus similitudes y sus diferencias, y que entre todas irían construyendo el grupo.
Aunque pronto se hace palpable la necesidad de interacción por parte de las chicas, su larga experiencia en relaciones poco consistentes y efímeras –lo que se traducía en su dificultad para establecer vínculos sólidos– influye en la brevedad y en la superficialidad de sus intercambios. La propuesta de hacer intervenir diversos materiales para la creación conjunta se erige, desde un inicio y a lo largo del trabajo grupal, como un elemento cohesionador de más largo recorrido y de mayor calado. La realización de obras artísticas, al requerir de la búsqueda de recursos atractivos, útiles y consensuados, permite sostener la persistencia en el interés por algo común, incidiendo en acercamientos más resistentes a las decepciones y a las frustraciones, y en definitiva en la construcción de relaciones más estables. La dinámica grupal y su proceso creativo Inicialmente, las chicas se comportaron de manera muy distinta entre ellas. Maya tenía un nivel de ansiedad muy elevado e invadía el espacio. Aparentaba sentirse muy segura y le costaba ser empática, mostrando dificultad para tolerar la fragilidad de Olivia, teniendo cierta tendencia a excluirla y buscando aliarse con Laura. Cuando elegía los materiales y decidía lo que se proponía crear casi siempre se quedaba en lo aparente; le costaba profundizar y expresarse simbólicamente. Olivia, por otro lado, a pesar de mostrarse muy insegura, pronto explicitó sus principales preocupaciones –contar con un solo amigo, y sentirse sola y enfadada por la separación de sus padres–. También en el grupo acusó ese sentimiento de soledad rápidamente, sobre todo a partir de las muestras de exclusión de Maya, que la reafirmaban en su gran dificultad para las relaciones sociales. Frente a estas situaciones trataba de compensarlo realizando llamadas de atención a través de comportamientos inadecuados y provocativos –creando así más rechazo– o se refugiaba en sí misma, encerrándose y tratando de pasar desapercibida. Laura fue la mediadora del grupo, la creadora de puentes entre Maya y Olivia. Se mostraba tranquila, empática y cariñosa con sus dos compañeras, paciente y generosa. Sin embargo, también aparecieron su gran inseguridad y su baja autoestima al expresar sus dudas sobre qué podía aportar a las demás. A pesar de su capacidad para profundizar en sus obras y para utilizar el lenguaje simbólico como vía de expresión, valoraba muy poco sus creaciones, solía pedir ayuda y necesitaba ideas para motivarse. La primera constatación fue que las tres tenían tendencia a quedarse en el terreno de lo verbal. Contaban poco con las posibilidades del lenguaje plástico y era evidente su desinterés por explorar. El bloqueo hacia la creación artística es frecuente en la etapa de la adolescencia, ya que la parte creativa se vive con inseguridad y con temor al fracaso. De ahí que uno de los objetivos de la terapia fuese justamente llevar al grupo al terreno de lo creativo con la intención de ayudar a sus integrantes a ampliar su horizonte y ganar confianza al ir descubriendo sus recursos y habilidades. La interacción con los materiales artísticos es una vía con grandes posibilidades para, simbólicamente, entender las propias maneras de hacer, las formas de interactuar con los demás y las maneras de resolver los conflictos. El proceso creativo activa la toma de decisiones a partir de las capacidades particulares de cada uno, nos enfrenta a aspectos no tolerados de nosotros mismos, potencia la imaginación y fomenta la posibilidad de poner a prueba diversas y renovadas formas de actuar dentro de un entorno seguro donde el grupo es el espejo y el lugar de ensayo de ese autodescubrimiento. Las palabras sirvieron para describir las emociones y los pensamientos que mostraban a través de sus producciones artísticas. Esas descripciones e interpretaciones contribuían en todo momento, no solo al conocimiento de cada una de ellas acerca de sí mismas, sino también a la exploración de nuevas y más afianzadas formas de interactuar. En cada sesión, Maya, Olivia y Laura se encontraron con variedad de materiales y con libertad para descubrir, proponer y compartir ideas para crear. El momento inicial de cada sesión, el de organizarse en relación con los materiales e ideas, era ya significativo porque en él se ponía de manifiesto la necesidad de cada una de las chicas. «El desarrollo del juego con los iguales ofrece una oportunidad única para establecer relaciones recíprocas e igualitarias, así como también para experimentar conflicto y negociación». (Piaget citado por Hernández, E. 2001:75). Desde muy al principio, Olivia trajo propuestas para compartir con sus compañeras, y material para hacerlas. La experiencia de aportar iniciativas propias a lo largo de muchas sesiones –que fueron bien recibidas por parte del grupo– fue nueva y edificante para ella. Vivirse como una influencia positiva y motivadora en el grupo era, quizás por primera vez, un refuerzo a su autoestima. Sillas de papiroflexia; iniciativa de Olivia En el caso de Laura y Maya, en cambio, la iniciativa propia les fue más difícil. Por lo general necesitaban un gesto activo por parte de la terapeuta o por parte de Olivia para recoger sus intereses y ofrecer propuestas acordes; aprovechaban las ideas que se les brindaban –tras conocer su interés por la moda y la costura, por ejemplo, en varias sesiones se decidió trabajar con telas haciendo collage, diseñando y cosiendo cojines, o construyéndose un telar– pero no se mostraban proclives a buscarlas ellas mismas. Durante el recorrido de la terapia, en varias ocasiones el grupo optó por realizar trabajos conjuntos en formato de mural. Trabajaron sobre papel grande encima de la mesa y con materiales variados, según la preferencia de cada una. Dada su gran tendencia a llevar la terapia a un terreno verbal, el papel les ofreció la posibilidad de seguir compartiendo a través de palabras escritas, símbolos y colores que luego quedaron recogidos de manera tangible y visible. El mero hecho de colocar los pensamientos en un soporte físico las invitaba a detenerse más tiempo en los temas que traían, a elaborarlos, y a mantenerlos para posteriores sesiones. Mientras trabajaban, ocurrían muchas cosas, a menudo sutiles, que quedaban recogidas en el soporte del papel. Olivia, por ejemplo, con su tendencia a borrar y a tachar sus aportaciones calificándolas negativamente en una constante comparación con las de sus compañeras, plasmaba en el grupo su inseguridad. En una de las sesiones, mientras preparaban el papel, Olivia comenzó la sesión comentando que últimamente tenía la sensación de que el tiempo pasaba muy rápido; literalmente dijo: «Hay que aprovechar muy bien cada momento antes de morir». Mientras, Laura y Maya comenzaron con dibujos de corazones, iniciativa que Olivia acogió con desinterés sin querer participar en ella. Al verse sin hacer nada, empezó a hablar de su prima, una persona muy importante y querida por ella, mientras, tímidamente, dibujaba un pequeño corazón con su nombre y el de su primera en el papel, pero rápidamente se sintió avergonzada y dijo que le había salido muy feo, a lo que Laura respondió con un «me parece perfecto». Este comentario animó a Olivia a dibujar otro corazón con las palabras «todas, toda la vida», y de nuevo, enseguida, temiendo que Laura y Maya se riesen de ella, las tachó. Las otras dos se dieron cuenta de la acción de Olivia y comentaron su desacuerdo diciendo que no debía haber tachado ni su dibujo ni las palabras. La animaron a volver a poner lo que había querido expresar originalmente y, en esa ocasión, escribió, al lado del corazón, las iniciales de Laura y de Maya: «Pongo vuestras letras en vez de escribir “toda la vida”… Escribo esto por si acaso». Con la ayuda de las demás, rescatando el valor de lo que sí era capaz de aportar, Olivia se animó y pudo hacer un nuevo intento. El sentimiento de proximidad y el deseo de que sea perdurable aparecen en el papel de forma clara. Ese sentimiento está en el grupo y halla salida a través del dibujo. Pero, tal vez, sea más importante aún poder mantenerse en contacto con las diversas emociones que esa constatación colectiva de sentimientos amorosos comporta, neutralizando en ese momento mecanismos defensivos que se podrían poner en marcha ante el miedo al rechazo, al ridículo o a la frustración. El resultado final, la obra común, invitaba a mirar los elementos que habían puesto sobre el mural. Invitaba a la reflexión sobre de qué manera estaban conectadas entre ellas, sobre el lugar que ocupaba cada una en ese espacio compartido y sobre cómo se diferenciaban con sus particularidades únicas. Siguiendo a Olmsed, citado por J. González, podemos decir que «el grupo es una pluralidad de individuos que están en contacto unos con otros, que tienen en cuenta su mutua existencia y la conciencia de que su meta tiene también mutua importancia» (2003:35).
Trabajo grupal La repetición de situaciones similares facilitó que Olivia, con el tiempo, adquiriese mayor seguridad. Laura, por otro lado, descubrió su capacidad de ayudar en ese afianzamiento ajeno, lo cual revirtió en el reconocimiento de su propia valía en el grupo. Y Maya aprendió a tolerar mejor las inseguridades de Olivia —reflejo de las propias— rescatando de Laura una postura más empática. Mientras Laura, Maya y Olivia dibujaban, tejían, cosían o construían, surgieron muchos temas fundamentales para ellas. Hablamos sobre las relaciones de amor, los amigos, el aspecto físico, la dificultad y los miedos a crecer, las raíces del pasado y de sus preocupaciones por el futuro. Pero uno de los temas más presentes, tal y como acabamos de reflejar, fue la permanencia de las relaciones y el temor que podían sentir por perder de nuevo vínculos importantes, concretado en el valor que tenía para ellas el grupo y su trascendencia. A modo de ejemplo, hacia la mitad de la terapia las chicas tomaron la iniciativa de querer encontrarse también fuera del espacio terapéutico; eso –que se trabajó con la terapeuta para que no interfiriese en el tratamiento– mostraba el valor que iba adquiriendo la relación entre ellas, un valor que, simbólicamente, podemos palpar también en la siguiente situación: coincidiendo con las primeras vacaciones, surgió el deseo de llevarse consigo la experiencia grupal y pidieron, al unísono, poder tener en casa una obra que habían realizado con tela, una almohada con una forma que cada una había planeado y confeccionado. Los comentarios en torno a esa propuesta trasmitieron el deseo de realizar algo gustoso, agradable, acogedor y amable. Más adelante, al final de la terapia, ese deseo de mantener el contacto se hizo todavía más visible y, tras el cierre del grupo, comenzaron la nueva etapa con una visita al teatro para ver una obra en la que actuaba Olivia.
Tejer vínculos cuando fueron pocos o mal tejidos en la primera infancia, requiere tiempo, pericia y creatividad. Las familias adoptivas encaran a menudo su filiación con dificultades particulares, siendo la adolescencia, tanto para los padres como para los hijos, una etapa de tránsito crítico. En nuestro caso, el trabajo grupal paralelo con los padres sirvió, principalmente, para acompañar el trabajo terapéutico que estaban realizando sus hijas y para ayudar a sostener cuanto iba surgiendo a raíz de este, pues las chicas fueron ampliando su registro temático y emocional también en sus casas y los padres tuvieron que hacer, también ellos, un proceso de reflexión para reconocerlas y ampliar sus respuestas ante ese registro más complejo. Pero sirvió, también, para acompañar a los padres en la elaboración de las dificultades familiares, buscando nuevas formas, nuevas comprensiones, nuevas estrategias y nuevas empatías. En palabras de uno de los padres: «Esto ha sido una buena ocasión para aprender a enfadarme menos con los líos de mi hija. Este lugar me ha servido para engancharme menos con sus dificultades y conectar mejor con sus recursos». Conclusión Durante la terapia, el arte facilitó la creación del vínculo entre las chicas desde una experiencia creadora. A través de esa experiencia particular, pudieron observar la identidad de cada una en el grupo, conocer su manera de relacionarse, tomar conciencia de sus dificultades y potenciar sus recursos. Durante los dos años de terapia grupal, Laura, Maya y Oliva pudieron tener una experiencia de relación diferente, desconocida para ellas hasta entonces, que les permitió sentirse importantes y especiales dentro de un grupo; tranquilas por ser aceptadas tal como son, acompañadas por una historia en común y por similares retos del presente, así como por haber creado lazos profundos y significativos entre ellas que les acompañarán y les servirán como referente en su vida, más allá de aquel espacio terapéutico.
Bibliografía
González, J. (2003). Interacción grupal y psicopatología. Editorial Plaza y Valdés, S.A. México, D.F.
Hernández, E. (2001). Agresividad y relación entre iguales en el contexto de la enseñanza primaria. (Trabajo de investigación inédito) Universidad de Oviedo. Recuperado de http://gip.uniovi.es/docume/pro_inv/pro_ayae.pdf.
Zelaskowski, P. (1991). Adolescence and group Psychotherapy. Artículo recuperado de http://groupworks.info/writing/adolescence.htm
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